Sueño que mi hermano se convierte en mariposa.

Es el hermano que nunca hubiera querido tener. Su bigote fino y alargado contrasta con sus grandes manos estragadas, de surcos que parecen grietas cuando ya solo están a un palmo de mis ojos. Desde mi primer recuerdo, las líneas de su destino han quedado grabadas en mi mejilla.

Vivimos en un pueblo que es una chatarrería. Todos somos chatarreros de nacimiento. Las calles están llenas de chapas, vidrios y pantallas de monitores. A medio día la calle desprende un resplandor de plata, que se vuelve rosado antes del atardecer.

Todos los habitantes del pueblo son hombres. Solo sé que en otro tiempo existían mujeres por las fotografías. También queda la bruja del camino, cerca de la montaña de basura, pero a ella ya no la consideran mujer. Los hombres de mi pueblo tienen largas barbas rojas, negras y blancas. Solo mi hermano lleva un bigote ralo. El quiere diferenciarse, ser un líder. A mi aún no me crece el pelo en las mejillas. Mi piel es suave, blanca y rosada. Mi hermano no deja que me corten el pelo. Me llega hasta la cintura, y tengo que hacerme trenzas. Quizás por eso todos me quieren tocar. Soy un niño, lo más parecido en el pueblo al cuerpo de una mujer.

He aprendido a defenderme desde que era muy pequeño. El tacto de otros hombres es doloroso porque el mío se parece al de la única mujer. Podría ser como Eva si pudiera engendrar hijos, igual que en La Biblia. Pero este pueblo de chatarra no es el comienzo de dios, sino el final. Cuando voy por la calle llevo un espejo y un destornillador por si algún barbudo me asalta por detrás. Ya he picado a cinco barbudos. Ya he arrancado dos pichas. Antes de los destornilladores usaba mis dientes. Mi saliva contiene animales pequeños capaces de infectar el corazón de un hombre. Pero no estoy vivo porque me sé defender, sino porque soy lo más parecido a la última mujer. Los barbudos intentan preservar mi cuerpo, aunque solo sea por evocar una imagen en la cual esparcir su semilla.

También sé correr más rápido que cualquier hombre del pueblo. Todos los días me alejo hasta un monte de abetos rojos. En el corazón del monte hay una loma desde la cual puedo observar los destellos de la chatarra, las montañas y el río de agua amarilla, donde se oxida el hierro que no le sirve al pueblo. Las noches de verano, cuando hace más calor, me quedo a dormir en la loma y así evito a mi hermano. Esos días la cara le cambia. Sigue estando rabioso, pero es otro tipo de rabia; los ojos se le vuelven brillantes, como si viera oro dentro de mi. A veces me obliga a ponerme los vestidos de una hermana que murió hace mucho tiempo. Son de una tela rosada y suave, llena de pequeños agujeros que se confunden con mi piel. Aún me quedan grandes, lo mismo que las bragas, que se me caen. Trata de ceñírmelas con un trozo de cuerda. Luego intenta pegarme con sus grandes manos. A veces dejo que me atrape porque sé que todo acabará pronto, solo unos golpes en los nalgas y varios jadeos que parecen bufidos de caballo. Al final se queda sin fuerza y salgo corriendo por la ventana.

Mi hermano morirá antes de que decida dejarse la barba. Me lo ha dicho la bruja. Tiene piel de viejo en sus manos. Está agrietada por una enfermedad cuando se bañó en el río siendo niño. Una vez que me pegó en la cara, la bruja leyó sus líneas en mis mejillas y me dijo que no llegaría a los veinte años. Pero no morirá de enfermedad, sino de venganza. A la bruja ningún hombre del pueblo se le acerca. Le tienen miedo porque dicen que volvió de la muerte, y lo que vuelve de la muerte no se puede matar. En este pueblo todo se resuelve matando. Cada día se ve algún barbudo muerto; a veces con un cuchillo en el muslo, a veces colgado en una cruz de arrabio, a veces con un trozo de hierro en el culo. Siempre caídos por el metal.

Visito a la bruja para contarle mis sueños. A la bruja le interesan porque dice que algún día se volverán realidad. Sueño que mi hermano ha de convertirse en una mariposa, como el resto de los barbudos de este pueblo. Cuando esto suceda, la bruja hervirá un caldo con el zumo de una madera y la verterá sobre las mariposas con cara de barbudo. La mariposa más grande, con un bigote fino, será la de mi hermano. La resina de mariposa servirá de abono para la semilla de un árbol, que será el corazón de un nuevo bosque. Así la madera volverá a gobernar sobre el hierro. Pero primero tendré que atrapar a las mariposas con una red. Sus alas tendrán pelo en lugar de escamas, y sus trompas no irán donde las flores sino al óxido de la chatarra.

Hace unos días, la bruja buscaba boliches en la montaña de basura. Su ojo de cristal se había enturbiado con la niebla de una poción y quería algo con forma de esfera para sustituirlo.
La ayudé. Encontré una pimpa gorda de burbujas verdes y colores de esmeralda. La bruja estaba contenta. Le iba perfecta para la cuenca de su ojo. Me dijo que llegaba el tiempo de las mariposas, y me regaló una red.

Han pasado unos días en los que ha sucedido lo que la bruja esperaba. Los barbudos se han reunido con mi hermano. Reclaman mi cuerpo como si éste diera un sentido a la existencia. El barbudo más viejo ha dicho que la vida es complicada sin una piel cálida y joven que acariciar, en medio del óxido y la violencia. Mi hermano intenta distinguirse; acaricia su bigote e intenta moverse como un líder. Camina como si fuera un pájaro antes de aparearse, tratando de que su cuerpo se vea erguido y ligero. Pero a veces le tiembla la voz. Esta vez ha tenido que ceder. Se va a organizar un torneo en el que yo seré el premio. Los barbudos se enfrentarán entre ellos. Mi hermano, por privilegio de sangre, solo se enfrentará al barbudo ganador.

Veo pasar los días desde la loma. Podría escaparme, no exponer el agujero de mi culo al roce de la carne. Pero sé que llega el tiempo de las mariposas.

El torneo dura varios días. En principio no está permitido matar, pero la muerte en este pueblo no conoce norma. El óxido penetra en la sangre y solo los que esquivan bien el hierro sobreviven a la parálisis de los huesos, la fiebre y las vomitivas. Al final, los pocos vivos que quedan cuando el último barbudo reclama mi agujero están enfermos, casi no pueden moverse.

Todo sucede rápido cuando una boca escondida en una barba reclama el trofeo de mi cuerpo. Mi hermano le clava una estaca de hierro por detrás. Parece que mi hermano es el más inteligente, pero la bruja, que aparece de improviso, le lanza un cubo de una sustancia azul sobre la cabeza. Mi hermano se queda sin fuerzas. A partir de ese momento la violencia de los hombres carece de interés. Llega el tiempo de las mariposas.

Lo más complicado es llevar los cuerpos de mi hermano y los barbudos enfermos por el camino que da a la montaña de basura. Pesan mucho y la bruja tiene que idear un método de arrastre con una mula. Luego me envía a recoger muérdago, pinocha y barro. También el corazón de un pájaro en una bolsa de papel. Mientras tanto, ella los desollará vivos, sin mi presencia, para según ella no enturbiar lo poco de inocencia que me quede. Le respondo a la bruja que inocencia es una palabra de la que apenas sé el significado. Mientras se lo digo, llevo puesto un vestido rosa de mi hermana porque me gusta el tacto del tejido. La bruja me contesta que la perderé por completo el día que la entienda.

Ya la bruja está construyendo los capullos que servirán de crisálida a las mariposas. Los fabrica con piel de hombre, pelo de barba y telas de araña gigante. Mezcla las fibras, las cuece hasta formar una pasta dura que moldea mezclándola con el barro. Todos los capullos se conectan con un sistema de tubos al corazón del pájaro, que bombea cuando la bruja le vierte una poción por goteo. Mi hermano es el último en ser envuelto. Intenta que me sienta mal con palabras que nunca antes me ha dicho. Su bigote fino ya no es un hilo repeinado, ahora una nueva pelusilla le brota alrededor. Parece todo el rato a punto de llorar, pero no le salen las lágrimas. Una de sus frases era que llorar oxida el hierro de los corazones. Nada de eso importa. Le explico que ya no debe preocuparse por el pasado. Lo libero del deseo de mi cuerpo. Llega el tiempo de las mariposas. Me insulta y por primera vez en mi vida lo veo llorar.

Ha pasado algo de tiempo desde que nació la primera mariposa. Primero se escuchó un batir de alas parecido a cometas dobladas por el viento. Luego un zumbido de colmena en tonos agudos. Las mariposas eran gigantes, pero torpes: tropezaban en la chatarra, se cortaban en dos y, cuando lo hacían, parecían llorar como lo haría un bebé. La mariposa del que era mi hermano me seguía como si fuese un perro, y me traía hierros y alambres con su trompa que colocaba a mis pies. Daba mucha pena envolverlas en una red. Me clavaban sus ojos de elefante en las pupilas, y me miran ahora igual desde la quietud de la resina. A la bruja no le gusta que derrame mis lágrimas por ellas, así que lo hago a escondidas.

Ahora llega el momento del nuevo mundo. La bruja quiere convertirme en niña con un hechizo, para que engendre una nueva especie; una nueva humanidad cuya semilla esté basada en algo que define con palabras que no entiendo. De repente me he convertido en un niño con alma de viejo, que llora con el destello rosado de la chatarrería en cada atardecer mientras acaricia los vestidos de una hermana a la que no conoció. He decidido ya cuando drogar a la bruja, cuando lanzarme al río con un lastre en mis pies, en que punto exacto del río debo  hundirme para no dejar una pista de mi cuerpo. Pero otro día más me recreo en el tacto del vestido de mi hermana. Una energía de algo que no comprendo hace que me ascienda un cosquilleo desde los muslos a la cabeza y la piel se me ponga muy rosada.

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